miércoles, 28 de noviembre de 2012

Pequeña desagradable lección de vida


Estoy ayudando (en lo que puedo) a unos amigos que están montando su nuevo y flamante estudio audiovisual. Porque quiero estar cerca de ellos (son MUY buenos), porque me apetece ayudarles y porque puedo aprender y recordar mucho sobre muchos temas (acústica y bricolaje/construcción, de momento :).

Además, el ambiente que se está empezando a generar en ese sitio ya es acogedor, y apenas tiene las paredes montadas…

Bueno, eso sólo era la puesta en escena de lo que os quería contar. El tema es que estábamos el otro día allí, tocando un poco de música (poco a poco, quién sabe si finalmente podré volver a acercarme a ella) cuando uno de ellos soltó una noticia bastante espeluznante. Sin embargo, lo que más me asustó no fue la noticia en sí, sino la reacción del otro chico a ella. Lo entenderéis en breve; lo que aún no he comentado es que estos dos chavales son venezolanos.

Pues bien, iba a venir una amiga de uno de ellos a estar un rato en el local. Esa era la última noticia que yo tenía 10 minutos antes. Entonces lo dijo:
-Ha llamado mi amiga. Dice que su mamá lleva un día entero sin volver a casa (allá en Venezuela).
Mientras yo aún estaba buscando una posible explicación a eso, usando para ello una combinación de mi razonamiento, mis experiencias vitales y mi marco socio-cultural, mi otro amigo le respondió rápidamente (apenas fue un segundo de parada) con otra pregunta:
-¿Secuestro?

Claro…secuestro. Por qué no se me ocurrió? Porque es totalmente ilógico para mí. Algo ajeno, que sólo conozco por las películas. Algo totalmente familiar a estos dos amigos y muchos de sus amigos, que han sido secuestrados (algunos de ellos más de una vez en el núcleo familiar). Yo aún estaba medio conmocionado cuando, además, comentaron que su padre ya estaba fallecido.
La música paró y nos dedicamos a pensar cómo recibirla de la manera más cordial y menos violenta posible. Hacer que se pudiera distraer pero sin crear posibles situaciones incómodas. Fue fácil, la chica era fuerte.

Pero yo no pude sacarme esa sensación de agobio y pena profundísima de pensar precisamente en esa familiaridad con la que presencié todo. Familiaridad que ellos me transmitieron sin querer, porque es con lo que han crecido.

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